lunes, 12 de febrero de 2007

LA GUERRA DE LAS MARIS

Que soplan vientos adversos para el lirismo, el romance y la novela de Danielle Stelle es un hecho constatable. Sí, queridas, hemos desechado todo el romanticismo de nuestras vidas junto a la ropa de la temporada pasada para adoptar una máscara de autosuficiencia, brillo y superficialidad rabiosas, que en algunos casos no hacen sino tapar a duras penas un árido y yermo paraje interno. El triunfo de las apariencias parece algo innegable, al igual que los implantes de silicona, las drogas de diseño y la televisión por cable. Entre todos estamos construyendo y potenciando una especie de superhombre con un envoltorio de papel de plata, apabullante, inflexible, descarado, cegado en la diáspora de su propio absurdo, que vive el presente a ritmo frenético, con memoria de pez y más polvos acumulados que las botas de los vaqueros del Medio Oeste. Este nuevo espécimen llamado marica posmoderna es un ser consciente de su carácter efímero, de la inconsistencia de un mundo que no se detiene ante nada ni nadie y que, por encima de todo, cree con firmeza espartana en la filosofía “del usar y tirar”.


En una espiral de drogas, mamadas anónimas, ropa de marca y aceites corporales patentados vive la marica posmoderna, ajena a cualquier problemática ideológica, social o humana. Con una sonrisa frívola en su bonita máscara avanza impetuosa entre las sombras de la noche, envuelta en un halo de perfume dulzón y alcohol de diseño, para apoltronar su esqueleto bajo los focos de una pista de baile y allí ser centro de miradas, de cotilleos, de envidias malinas y hasta del mismo Universo si hace falta. Aquí todo vale, cualquier método es lícito para hacerse ver. A veces hay que pagar un precio muy alto para elevarse al podio de la disco y recibir el noble e ilustre título de la marica posmoderna number one, blasón tan suculento para los apetitos de las susodichas, tan hambrientas están de reconocimiento y aprobación unánime.


Cuando te acuestas con un jovencito veinteañero, esbozo de este espécimen, y te pega unas ladillas, un par de morreos y empujones en el culo y te dice que su ídolo es Bryan Kinney, lo único que puedes hacer es: o arrojarlo por la terraza de tu cuarto piso en Avecrem Avenue o prepararte un cóctel de astenolit con vodka y meterte un dedo por el ano.

El hombre corriente parece haber iniciado un éxodo hacia tierras ignotas, enojado por su papel de “segundón” en la esfera social y el ascenso imparable de la ultramari. De momento no tenemos noticias suyas, no conocemos sus mecanismos de supervivencia por tierras inhóspitas ni sus trucos de maquillaje. Ha optado por una sencilla ropa de camuflaje y un antifaz de discreción, mas no está quieto. Sabemos que sobre su grácil cabeza planean deseos de venganza y unos cuantos cuervos que anuncian presagios desfavorables y siembran la duda en el firmamento de poliespan de la hiper maricona posmoderna. La batalla está a punto de desatarse. Mientras tanto, sólo queda resistir de una manera estoica acomodadas en un diván de vinilo negro con una bata de watine y un cigarrillo entre los labios tarareando aquello de "fumando espero al hombre que yo quiero..."

1 comentario:

Anónimo dijo...

Bienvenido al apasionante mundo de los blogs querido ;)
Te pongo en mis favoritos para bichearte tooodos los días.
Besotes mil!!!