
Podría darles una serie de razones más o menos substanciales de porqué admiro a Gracia Montes. Pero no quiero aburrirles con frases sensibleras y almibaradas de fetichista. Sólo les diré que el género de la Copla viste de gala cuando la última señora de la canción interpreta sólo una de las estrofas de ensueño que componen su amplia discografía. Su cadencia, el escalofrío de su voz o su timbre cristalino erizan los vellos de la piel y propulsan las cuerdas del alma. Decía Juan Solano -gran compositor extremeño- que a Gracia se la oye en una discoteca y su voz no se olvida jamás. Cierto es, como difícil es olvidar su vibrato, su señorío, la transparencia de su voz y su decir. Rosa en el firmamento de las grandes, supo elevar la Copla al podio del Arte y la alejó del humo del colmao para encerrarla en la Cárcel de oro de su garganta prodigiosa. Y allí la hizo columna de cristales y brillantes para sostener ufana el techo del templo de la cultura andaluza.